Volver a arder

Sin darme cuenta algo se ha ido apagando en mí, y paulatinamente mi brillo se ha alejado de ese cielo punzante en el que antaño danzaba.
Sin entender que pasaba, tan sólo era capaz de percibir que algo no iba bien dentro de mí, que arrastrar montañas de desesperación desde mi primer suspiro no podía más que nutrir a ese pequeño lobo solitario que cada vez era más grande, viejo y esquivo.
Y así fue, ese lobo creció alimentado por mi odio y por una eterna misantropía, por esa automarginación de todo aquél conjunto de humanos que en su interior no albergaran también un lobo en cualquiera de sus estados.
Poco a poco ese lobo al no tener más odio del que comer, se empezó a alimentar di mí, o mejor dicho, de mi yo humano, alejándome cada vez más de entender los valores del mundo en el que por desgracia y cual castigo, mi condición de humano, me eran impuestos.
Y devoró cada parte de mis entrañas, mi humanidad rebuznaba y sangraba y mi animalidad se volvía cada vez más fría y feroz, destruyendo implacablemente todos esos sentimientos abanderados por el “homo sapiens” que nos convierten en estúpidos humanos sintientes, capaces de hacer la mayor de las absurdeces para intentar complacer un deseo de realización que jamás llegará a su fin.
Ese lobo logró que me encerrara en mí mismo, enjaulándome en mi interior, cual justicia divina al condenar a mi especie por opresora y obligarme a sentir la opresión, sin poder dar, ni querer recibir…
A ojos de cualquiera de los transeúntes que por mi vida han caminado, algunos aplastando todo a su paso como si en esos cuerpos de apariencia humana se escondiera Goliat en el más feroz de sus días, otros, que de mis mil pedazos hicieron con delicadeza uno nuevo para luego partir y darme la oportunidad de reventar de nuevo, no parecía animal enjaulado, más bien algo desconcertante, pues un manto de lúcida locura podía envolver lo que en mi albergaba.
Y el tiempo pasó, y los estigmas de mi interior me hicieron desvanecer en un cúmulo de estereotipias sin sentido que me servían para apaciguar la ansiedad entre esos miles de barrotes.
Arrollado, rompí con todo, devoré los barrotes que yo mismo me había impuesto, y que me hicieron preso de mí, y busqué la salida de esa cárcel que yo mismo me había impuesto corriendo con todas mis ganas por ese oscuro laberinto, buscando cualquier hueco dónde poder asomar el hocico para aullar hasta mi último aliento y pedirle a la luna mi último deseo:
Incendiar de nuevo mi llama, sin que jamás me vuelva a apagar y volver a arrojar dinamita hacia los cielos para que los dioses sepan que he vuelto, y que no tengo intención de irme…


No hay comentarios:

Publicar un comentario